La Transformación de The Bear: De la Intensidad Frenética a la Reflexión Profunda

La Transformación de The Bear: De la Intensidad Frenética a la Reflexión Profunda

The Bear es una de las mejores series que tiene FX a la fecha. Tras una demoledora segunda temporada, queda claro que es un producto que ha conectado tanto con la audiencia como con la crítica. En estos tiempos en los que cada vez resulta más complicado agradar a ambos, tenemos una serie con un 99% de aceptación entre la crítica especializada y un 92% de críticas positivas entre la audiencia promedio, según Rotten Tomatoes. Es decir, indiscutiblemente, es de las mejores series del momento.

Por lo tanto, uno pensaría que la tercera temporada seguiría este frenesí que mantiene a nuestros personajes gritando, apuñalando sin querer, rompiendo platos y casi golpeándose. Pero no, en realidad, la tercera temporada es completamente anticlimática, fragmentada y, siendo realistas, de relleno.

Esto no es algo negativo, en absoluto. Nos encontramos más bien con un momento en el que la serie reflexiona sobre sí misma para poder llevarnos a horizontes diferentes. En realidad, lo peor que nos podría haber pasado sería encontrarnos por tercera vez con tanto metraje de gritos y frenetismo sin sentido. En ese universo, en el que las tres temporadas mantienen esa intensidad, seguro escribiría “Los personajes parecen no aprender la lección”.

Por fortuna, en este universo las cosas no pueden ser más diferentes. Comenzando con un Carmy (Jeremy Allen White) que no fuma un solo cigarro en ningún capítulo. Richie (Ebon Moss-Bachrach) mantiene ese nuevo estado zen que descubrió en la temporada pasada y, si acaso, le grita a Carmy, que ya es bastante. El restaurante ahora se estanca, no hay presiones nuevas y todos los personajes aprenden a lidiar con el nivel de exigencia de un establecimiento que pretende conseguir una estrella Michelin.

Lo que sorprendió esta vez fue que hay una constante muy clara en todas las subtramas de la temporada: el trabajo. Hagamos un recuento.

Tina (Liza Colón-Zayas) explica en el capítulo que tiene dedicado cómo encontró trabajo en The Beef, mientras explora la terrible sensación de incertidumbre al ser despedida y no poder encontrar trabajo. Marcus (Lionel Boyce) pasa por el duelo de haber perdido a su madre e inesperadamente regresa al trabajo, mencionando que solo quiere concentrarse en otra cosa para no pensar más en ella. Los protagonistas, por lo menos a nivel narrativo de esta temporada, son los Fak (Neil y Theodore), que mientras trabajan, o más bien, se hacen tontos en el trabajo, exploran las historias de nuestros otros personajes. El hilo conductor y el clímax de la temporada es cómo otro restaurante cierra sus puertas y, con esta excusa, exploramos el pasado de Carmy y cómo logró convertirse en el chef que es hoy.

En el Ever, el restaurante de la chef Terry (Olivia Colman), el letrero de “Cada segundo cuenta” es retirado de la cocina con sumo cuidado, como una especie de cierre a todo ese frenetismo que ya hemos visto que disminuyó mucho durante la temporada. Este hecho también sirve de excusa para que Carmy reflexione y muestre a una gran gama de chefs que han sido sus maestros y que, para sorpresa de muchos, no necesariamente todos han sido tan terribles como los flashbacks que tuvo durante la primera y segunda temporada. En este nuevo matiz se muestra el camino a seguir. El cierre de la temporada deja muchas incógnitas: podrá seguir abierto, si recibió una buena o mala crítica, si Sidney seguirá en el restaurante o si ya tuvo suficiente de la presión insana que Carmy ejerce sobre todos los empleados. Así como la relación de este último con Claire. ¿Podrá perdonarlo y reconciliarse? ¿Esto siquiera le interesa a Carmy?

Al final, una cosa es segura: el camino de las siguientes temporadas será más bien de deconstrucción. Los pasos a seguir después de esta introspección tan profunda seguramente llevarán a que nuestro chef favorito replantee la toxicidad con la que hasta este momento ha llevado su restaurante y eventualmente a un cambio contundente en su forma de ser. Porque está claro que, con o sin estrella Michelin, con o sin restaurante, el verdadero problema de The Bear es que tiene que dejar de tomarse el trabajo tan en serio y aprender a disfrutar su vida.

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