Secretos de un Escándalo: ¿Cuál es el límite de El Método?

Secretos de un Escándalo: ¿Cuál es el límite de El Método?

Crear un personaje desde el punto de vista del actor puede ser tan complejo como él o ella quiera. Recordemos a Jared Leto enviando animales muertos a miembros del set mientras preparaba al peor Guasón de la historia. ¿Era realmente necesario llegar hasta ese punto? En cambio, en el detrás de cámaras de “Gone Girl“, encontramos a una Rosamund Pike disfrutando de una plática amena, riendo y despreocupada de la vida, antes de pasar a cuadro y encarnar a Amy, un personaje sin remordimientos, calculador y frío, ajeno a la soltura con la que la actriz lleva su día a día. Ella parece no necesitar pasar por ese riguroso estudio del personaje para lograr una actuación cautivadora.

El Método” es una técnica actoral creada por Stanislavski, un dramaturgo polaco de mediados del siglo XX, que hoy en día divide a los actores en aquellos que siguen o no su modelo. Se define como la necesidad del actor de vivir las experiencias del personaje para poder encarnarlo, no solo estudiando su comportamiento o entendiendo sus motivaciones, sino llegando al punto de mimetizarse dentro de su piel. “El método” es lo que Hollywood premia tanto, como por ejemplo el Guasón de Heath Ledger, quien se encerró semanas antes de grabar para entrar en el estado desquiciado. Lo mismo Joaquin Phoenix, quien encarnó al más famélico de los tres guasones, obligando a su cuerpo a doblegarse bajo las exigencias de la vida austera que llevaba su versión del payaso.

El tema central y constante en Secretos de un escandalo (May December), la última cinta de Todd Haynes, está basado justamente en este sistema actoral, sin mencionarlo siquiera una vez.

La película nos muestra la obsesión a la que puede llegar Elizabeth, una actriz representada por Natalie Portman, en su búsqueda por retratar a una mujer que fue parte de un escándalo hace muchos años. Julianne Moore interpreta a esa mujer, llamada Gracie, que lleva años intentando sobrellevar una vida normal a pesar de la delicada situación que la marcó a ella y a toda su familia y que lo último que necesita es volver a ser el centro de la opinión pública. Sin embargo, Elizabeth, en su afán de convertirse en ella, se introduce en lo íntimo de sus relaciones personales: su matrimonio, sus vestidos e incluso hasta la cocina.

Elizabeth resulta un personaje oscuro e implacable, dispuesto a sacrificarlo todo en pro de su carrera, convencida de que ese rol puede llevarla lejos. Por el contrario, tenemos a Gracie, rota en un principio, pero que lentamente demuestra que no es una víctima como hace creer a todos, sino una persona capaz de ponerse a la altura de la situación. ¿Y cómo no hacerlo? Lo delicioso de la cinta es que lo que podría parecer un simple ejercicio de preparación actoral pasa a ser un siniestro juego de poder entre dos mujeres, cada una a su manera, seduciendo y manipulando a las personas a su alrededor para cumplir su cometido.

Poco a poco, la línea que divide a la actriz del personaje que quiere conocer se borra. El resultado no es agradable de ver. La propuesta del director es que nos resulte, cuando menos, alienante ver a una persona poco a poco perderse en la personalidad de la otra hasta que de repente hay dos iguales. La escena en la que Portman y Moore miran directamente a la cámara, como si la una a la otra se estuvieran viendo en un espejo, es impactante. El modo de maquillarse y de vestir, la expresión facial, todo se ha mimetizado. Ambas actrices logran hacer creer al espectador que están viendo a dos personas con características físicas parecidas, siendo ambas actrices muy distintas en sus rasgos.

Haynes hace una crítica filosa y clara: ¿Vale la pena llegar a tales extremos por una actuación? Hollywood, por su parte, sigue premiando a actores devastados, neuróticos y gastados por esta manera de preparar un personaje, y aunque da frutos maravillosos, cada vez parece más evidente que no vale la pena.

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